domingo, 26 de febrero de 2012

EL IMPERIO PERDIDO


Mi sitio estaba en la cúspide, en el grandioso Imperio de las alturas, un mundo erguido entre espesas nubes, de la mas impresionante blancura, que jamás existió.
Pero mi reino fue devastado, destruido sin compasión. Hundido por una fuerza sobrenatural. Una fuerza aún más poderosa que mi propio poder, que hizo desaparecer absolutamente todo. Lagos de luz clara, montañas y ciudades, todo se alzaba entre las nubes y en la cima, mi palacio. Un mundo construido por la bondad y los sueños de los hombres y destruido por el egoísmo, por el infundio de ellos mismo. Todo mi Universo se había desmoronado como un terrón de azúcar. Desde ese momento, solo las estrellas son dueñas del espacio que ocupaba mi universo. Solo ellas relucen entre las tristes ruinas de mi fabuloso Imperio.

Es demasiado triste. Una Diosa nunca debe ver, como su mundo desaparece.
Miré a todo mí alrededor y solo veía destrucción. 
Desde el principio fui consciente de mí descenso. Sentía como mi cuerpo caía apresuradamente, y poco a poco fui perdiendo la consciencia.

Cuando la recuperé, me sentía perdida en un mundo que no era el mío, un mundo al que no pertenecía. Me encontraba sumergida en las profundidades del océano. Las aguas que yo misma había observado tantas veces desde las alturas y ahora estaba bajo su dominio.
Un afligido y armónico llanto brotaba de mi garganta sin mesura, mientras derramaba miles de penosas lágrimas que se diluían en el mar. Observé con atención todo el entrono y solo alcanzaba a ver aquel liquido elemento por todos los aledaños.

Estaba perdida. La única opción que me restaba era nadar. Pero ¿nadar, hacia donde? Para mí, era difícil ubicarme. Cerré los ojos y comencé a nadar hacia ninguna parte. Era curioso, pero me sentía tan ligera. Eso de nadar era casi como volar entre mis añoradas nubes de algodón.

Pude hacerlo con tanta soltura, que parecía que formaba parte de ese principio. Fijé mi mirada y observé, como en la lejanía tintinea una luz muy brillante. Parecía un gran lucero, pero sabía que no era posible, ya no estaba en mi cielo. La curiosidad se apoderaba de mi por momentos y sin pensarlo, mi hábil nado me acercaba hacía aquella brillante luz.

Mi sorpresa iba en aumento y poco a poco fui descubriendo lo que escondía aquella luminosidad. Se trataba de una ciudad maravillosa, hundida en las profundidades del mar. La corriente me iba arrastrando entre los edificios de la ciudad submarina, sin que yo hiciese el menor esfuerzo. Justo al final de la avenida se hallaba la edificación más majestuosa de todo el Reino. Un esplendoroso palacio. 

Hacia mí, se acercaba tocando un solo de trompeta Tritón, el Dios mensajero de las profundidades marinas. Me pareció de una belleza extraordinaria, una mezcla ente hombre y pez. Me extendió con gentileza su mano y me dijo que venía a llevarme hasta Palacio, para presentarme ante su padre que era Poseidón, el Dios de todos los mares.

Toda la corte marina se hallaba frente a Palacio. Un séquito de sirenas  presentaba sus respetos ante el Gran Poseidón. 

Yo, Néfele, la Diosa de las nubes, afligida seguía armonizando mi pena. Le conté lo ocurrido en mi imperio y Poseidón, tocó mi rostro con sensibilidad recogiendo una  de mis lágrimas y aquel infinito penar la convirtió, en lágrima de cristal.


Me dijo:  -No te apures Néfele, desde ahora este será tu nuevo reino.


Enormemente agradecida, le dije que no podía aceptar, por que no pertenecía a ese mundo, que me sentiría prisionera y sin remedio, moriría. 

Era vital para mí, alzar de nuevo  mi propio Imperio.  Lo único que necesitaba de él, era que me ayudase a recuperarlo.

-Te ayudaré si tú me ayudas a mí-respondió.

-¿Como puedo ayudarte?


-Veras Diosa Néfele. 

Soy muy poderoso, y mi poder radica en las almas que obtengo de los barcos hundidos, cuanto más barcos hundidos en las profundidades de todos los mares, mi poder se va haciendo infinito. 

Pero estoy exhausto de utilizar mi furia, en esculpir tormentas, en moldear fuertes huracanes, en levantar gigantescas olas para hundir a tantos barcos. Necesito de alguien tan extraordinaria como tú, que embelese a los marineros, con tan maravilloso canto. Quedaran hipnotizados por tu enigmática voz y dirijan sus barcos intentando alcanzar tu canto. Tu  misma los conduciras, hacía un punto en concreto. Ese punto se hallará entre un área geográfica con forma de triángulo, situado en el océano Atlántico entre las islas Bermudas y Puerto Rico. Todos los barcos que naveguen por esa zona caerán bajo tu hechizo y pasarán a formar parte de mi poderoso imperio. Solo así, te ayudare a recuperar tu reino.
-¿Que podía hacer yo? ¿Qué es una Diosa sin reino?  

Después de meditarlo, tuve que aceptar. 
Me proporcionó una escolta de extraordinarias sirenas, para que me acompañaran en esta cruel expedición.

Llevo una eternidad cumpliendo mi trato, el cual, aún me sostiene en este mundo al que no pertenezco. Un pacto que parece no llegar nunca a su fin. Esperando a que su poder se haga tan infinito, como para que me ayude a reconstruir de nuevo mi reino. Pero cada día sigo suspirando con un triste llanto melodioso, un canto a la tristeza de tener que exterminar para conseguir de nuevo mi Imperio perdido. La tristeza de saber que se destruyó por el egoísmo de los hombres y solo se reconstruirá, por la insaciable ambición, de un poderoso Dios.

Autora Margary Gamboa.©todos los derechos reservados


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2 comentarios:

  1. Angela

    Muy muy bonito este cuento me ha gustado mucho se lo voy a leer a mi hija ahora mismo.

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  2. Interesante, muy bien redactado me atrapó desde el principio. Te sigo leyendo

    ResponderEliminar

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