viernes, 29 de enero de 2010

EL JARDIN



Era como todas las niñas de su edad, simpática y con una ternura increíble. Le encantaba quedarse allí un buen rato en vez de jugar.  Tenía el pelo rubio con un particular rizo que le caía sobre la frente, que le daba un aspecto angelical.

Cada día que pasaba por aquel jardín le impresionaba. Sentía que tenía algo especial, no sabía qué, solo que al observar aquella belleza, le transmitía sensación de paz.

El jardín no era demasiado grande, pero lucía las más bellas flores que jamás había visto. El colorido era atrayente y su aspecto insuperable, y la pequeña observaba como lo cubría un gran manto de ilusión inexplicable.

En él, siempre veía a una adorable anciana arreglando las plantas, mientras entonaba una dulce melodía. Y a su marido, que le solía hacer compañía mientras leía el periódico.

No tenía más remedio que detenerse a su paso porque sentía que las flores parecían llamarla. Se sujetaba a los barrotes de la verja y asomaba su carita entre ellos, admirando todos aquellos colores  que la llenaban de alegría, mientras disfrutaba de la canción que cantaba la anciana. 

Cuando observaba que los ancianos advertían su presencia, por su timidez, echaba a correr avergonzada.

Una mañana al pasar por el jardín se extrañó no ver a nadie en él. Las ventanas estaban cerradas y el jardín se había teñido de tristeza.

La pequeña siguió pasando a diario por aquel jardín, pero seguía solitario y lloroso. Le inquietaba no saber nada de los ancianos y que las plantas estuviesen cada vez más descoloridas y mustias. Se sentía muy triste al ver que aquella belleza jardín agonizaba.

Un buen día, decidió poner fin a su intriga, abrió la verja y se atrevió a llamar. El anciano que siempre leía el periódico, abrió la puerta y se asombró al ver
a la pequeña frente a ella.

-¿Que haces aquí y porque no estás en la escuela?

-Verá, señor, yo, yo-Balbuceó un poco desconcertada-tengo curiosidad por la señora que arreglaba el jardín, hace tiempo que no la veo, y me siento muy triste al ver las flores marchitas.


-Mi pequeña niña-respondió con lágrimas en los ojos- Ella ya no volverá a cuidar sus plantasLas azucenas, las acacias, las rosas, las camelias, las mimosas y especialmente la orquídea, a la que dedicaba su particular atención, tendrán que prescindir de su amor y sus cuidados al igual que yo. La malvada muerte me la arrebató, teniendo la osadía de no llevarme con ella. Ya no volverá a cuidar su bello jardín nunca más.

La pequeña,  que siempre irradiaba alegría, cambió de inmediato la expresión de su rostro.

-Lo siento mucho señor y echó a corre.

Durante todo el día no pudo pensar en otra cosa más que en los ancianos y en la agonía de aquel hermoso jardín. Lo tenía decidido. A la salida de la escuela volvió, empujó la cancela y llamó a la puerta de nuevo.

-¿Que se te ofrece ahora muchacha?

-Verá señor, pues, pues…

-Venga habla, que no tengo todo el día-exclamó el viejo con voz firme.

-Verá señor, si acepta mi propuesta me haría muy feliz, yo vendría a diario a cuidar el jardín, y si usted es tan amable y me ayuda, puede que las plantas vuelvan a florecer. Me da mucha tristeza verlo tan descuidado. Quizás su señora desde el cielo se sienta feliz.

El anciano ojeó aquel vergel moribundo y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Sabía que su esposa estaría muy triste si supiera que sus flores se encontraban en tan lamentable estado. Las plantas eran parte de su vida, las mimaba y las cuidaba con muchísima dedicación y esmero.

-Acepto tu propuesta- contestó encantado.

La chiquilla gritó de alegría-¡Bien!

Durante los meses posteriores, habitualmente, la niña visitaba el jardín de los ancianos y los cuidados tan delicados que ofrecía a las plantas, pronto dieron sus frutos.

El viejo, poco hablador y siempre pensativo, colaboraba con mucha anhelo. Para él, era como una especie de terapia, que le ayudaba a seguir adelante y en cierto modo, le hacía sentirse un poco más cerca de su mujer.

Llegó la primavera y con ella, la frondosidad al jardín. Un verdadero espectáculo de coloridos y aromas renacieron de aquellas mustias hojarascas. Todas lucían su mejor belleza y esplendor, todas excepto la orquídea que no parecía despertar de su letargo. Las mimosas les regalaban el dulce aroma de sus flores, los pensamientos con mil colores adornaban la verja, y las rosas empezaban a abrir sus delicados capullos, pero era extraño que la orquídea siguiera adormecida.

Una mañana de primavera, mientras arreglaba las plantas, la pequeña comenzó a entonar aquella dulce melodía que siempre cantaba la anciana y que ni ella misma alcanzaba a comprender como se la había aprendido.

El anciano al escuchar de nuevo aquella dulce canción, quedó gratamente confuso. No lo podía creer, era la canción que solía cantar su mujer. Se sintió sumamente feliz y desplegó una sonrisa, pero no dijo ni una palabra.
La pequeña siguió cantando la cancioncilla y al terminar su labor se despidieron como de costumbre.

Al día siguiente, volvió para el habitual cuidado de las plantas. Al acercarse a la orquídea vio que había florecido, pero no era una orquídea normal, era una extraña especie dorada que irradiaba una extraña luz que la iluminaba haciéndola especialmente resplandeciente.

La niña muy sorprendida llamó al anciano.

-Venga, venga, por favor, dese prisa…

-¡Qué es todo este revuelo! exclamó el anciano.

- ¡Miré, miré, ha florecido!-Exclamó señalando a la orquídea.

Confuso, admiró con curiosidad aquella extraña variedad que había florecido en su jardín, y por un instante vio  reflejado en la orquídea, el rostro de su mujer, que le dedicaba una sonrisa placentera.

Comprendió que su querida esposa estaba orgullosa de lo que habían conseguido con su jardín. Se sintió tan feliz con aquella especie de orquídea dorada, que  siguió cuidando el jardín con mucho esmero el resto de sus días.

Desde entonces, la niña, día a día siguió cantando la canción para las plantas.

Hoy día, después de tantos y tantos años, el jardín es la admiración de todos los lugareños que a diario transitan por aquella zona, incluso vienen desde muy lejos a visitarlo. Los niños de la escuela vecina, suelen detenerse para admirar la belleza y alegría que salpica aquella hermosa floresta.

Una simpática anciana con un particular rizo cano que le cae por la frente, suele saludar a los pequeños mientras entona una dulce canción y cuida el maravilloso jardín y a la orquídea dorada.

 Margary Gamboa




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