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Era un solitario, misterioso y compungido, que por mucho que lo intentaba nunca jamás fue
querido. El amó a más no poder, pero fue completamente ignorado por aquel efímero amor. Y fue por ella, por quien se dejó caer, entre doradas alfombras de arena.
Su aliada era la pena y la negrura de la noche se le metió hasta el alma, donde yacía
para siempre quien no le supo querer.
Sentado bajo las estrellas, el mundo le parecía
vulgar, menos la hermosa mar, que deslumbrado por su belleza quiso con ella bailar.
El viento, se hizo su cómplice susurrando sin parar y un
millón de gaviotas volaron a su compás, mientras las flautas del viento, no
dejaban de silbar.
La mar le susurro al oído, y le invitó a bailar. La cogió por
la cintura y juntos bailaron un vals.
Era la brisa era el aroma, era un suspiro su sentir, pero su
corazón lastimado, casi no quería latir. La melodía era bella, eran cantos de sirena que entre versos decía así:
Baila triste solitario,
baila el vals de la muerte
y no olvides jamás,
que ella no supo quererte,
ven y sumérgete el la mar
que yo te voy a curar
esas heridas tan fuertes
que no te dejan vivir.
A solas con sus pensamientos y con las olas del mar su vida
hecha instantes, fue bailada en el vals y se sumergió en el olvido, para no
volver jamás.
Margary Gamboa.
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